El rincón de los niños

La Dama Se Esconde - Armarios y camas

Tiempos de los elepés y de las casetes BASF. Tiempos en los que no podías enviar un sms a tu amigo tal o cual para decirle que se bajase urgentemente lo último de tal o cual por el emule. Tiempos de pupurris grabados de la radio en un Sanyo traído de Ceuta. Tiempos, o sea, en los que te comprabas un disco nuevo por algo más de 1.000 pesetas y lo más inmediato era pasarlo a cinta para, uno, no rayar mucho el vinilo y así mantenerlo en las mejores condiciones, y dos, llevarlo puesto todo el día camino de la facultad.

Por aquel entonces, con semejante penuria de medios, los estudiantes sin un duro nos aprendíamos de memoria, salpiqueteo de surcos incluido, todas y cada una de las notas, sílabas e intervalos de respiración de los diez o doce discos anuales a que alcanzaban nuestros bolsillos. Por eso me es imposible disociar Armarios y Camas, primera puesta de largo de La Dama Se Esconde (después de Avestruces, un mini-lp de 6 canciones), de aquella tartana Skoda, con motor atrás y altavoz mono en el salpicadero, que nos llevó ida y vuelta a la facultad de Derecho durante el curso 1986-1987.

Mientras el rockero barcelonés Loquillo fue a Madrid para darle una paliza al glamouroso Luis Auserón, Nacho Goberna e Ignacio Valencia (sí, el hermano mayor de Irantzu) grababan como Agrimensor K dos discos para la independiente DRO, influenciados por lo que hacían The Cure, Joy Division y otros grupos del mundillo siniestro de finales de los setenta y principios de los ochenta. Pero fue con Paco Trinidad y Grabaciones Accidentales, ambos referencias obligadas de la época, cuando vinieron temas como Un avestruz, El gris y, sobre todo, Un regalo. Guitarras acústicas, cajas de ritmos, un violín por aquí, un contrabajo por allá, letras y ambientes naif fueron la base de una peculiar manera de hacer pop intimista y sencillo, que acabó etiquetado con el sanbenito de "sonido donosti", conocido popularmente tras dos momentos mainstream, primero con Duncan Dhu y luego, por desgracia, con La Oreja de Van Gogh.

Las iniciales canciones de La Dama, recogidas en Avestruces, ya avanzaron el hilo conductor de Armarios y Camas, auténtica recopilación de sensaciones, miedos, contradicciones, sentimientos, susurros y secretos retratados en estampas donde, como en la suite Coin des Enfants de Debussy, siempre aparecen niños jugando: en el parque de atracciones (La noria), en el campo (Mi cometa, Somos tres o Agua) o en casa (Armarios y camas). Esa uniformidad temática, unida a una producción que ha envejecido mal, tal vez te haga parecer que las diez canciones son en realidad una misma canción de algo más de media hora de duración. Con todo, es difícil cerrar el círculo de Le Mans o La Buena Vida –y, si me apuras, de Pauline en la Playa y parte de Sr. Chinarro- sin haber absorbido antes el chaparrón de matices y significados que encierran canciones como Un error de apreciación o Tarde lluviosa.

Para que te hagas una idea: lo que tú sentiste con Un soplo en el corazón hace diez años es lo mismo que yo sentí con Armarios y Camas hace veinte. De hecho, el día que oí por primera vez Nadadora o Carlos baila, tuve la certeza de haber abotonado, por fin, ese entuerto que tenía pendiente desde que el piano del mencionado Un error de apreciación se me escapó haciendo una espiral en cierta nochevieja del ochenta y tantos.

por Manolo Lay

Lo mejor: que Nacho Goberna aún no había cambiado la voz. Este disco, cantado como en los posteriores La tierra de los sueños o Coge el viento... como que no.

Lo peor: La canción que da título al disco se sale un poco del tiesto.