viernes, 22 de febrero de 2008

Tú yo yo somos unos genios, imbécil


The Smiths - Strangeways, here we come

Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo. Oscar Wilde.

Ignoro si fue casual la decisión de rotular el último disco en estudio de The Smiths con el nombre de la prisión de Manchester. Supongo que no, porque poco o nada se improvisaba en este grupo tan dado al existencialismo como a la polémica. Más bien creo que Strangeways, here we come fue el último canto al fetichismo colectivo de un cuarteto que, como en otros y tantos, era matrimonio bien avenido en lo musical y choque de egos en lo personal. Un testamento sonoro donde, como en la genial viñeta de Pepe Medina en Público, la mujer dice "lo tenemos todo" y el marido responde "yo quiero el divorcio".

1987 fue un año brutal para los Smiths. Aparte de la retahíla de singles habitual, se publicaron dos discos recopilatorios que llegaron a pegar fuerte en los USA, se firmó un contrato supermillonario con una multinacional, llenaron conciertos en los que el único requisito para entrar era llevar puesta una de sus camisetas y, como guinda, remataron con un disco que avanzaba sonidos inéditos hasta el momento. Nunca habían llegado tan lejos como entonces, y nunca llegaron tan lejos después.

Las canciones de Strangeways…, pese a contener la misma temática de siempre en sus letras (zarpazos al mainstream, escupitajos a las discotecas, filias y fobias de todos los colores, referencias literarias, des/antiamor…) y pese a que la portada seguía la misma estética de siempre (ojo al parecido de Richard Davalos con Morrissey), la parte sonora tenía un tratamiento inusitado que, sin duda, fue cosa del inquieto Johnny Marr, quien, junto a temas marca de la casa (Girlfriend y a coma y Unhappy birthday) incorporó guitarras a lo Led Zeppelin, cuartetos de cuerda, algo de electrónica y, sobre todo en la escucha global, una variedad de registros que iban de lo más desgarrado (el final desaforado de The dead of a disco dancer) hasta lo más profundo (ay, ese piano inicial de Last night I dreamt that somebody loved me, tocado por el propio Morrissey). Por no hablar de la maravillosa (autocrítica included) Stop me if you think you've hear this one, tal vez lo más logrado y el mejor ejemplo de hasta dónde se podría haber llegado.

Desde los primeros acordes de A rush and a push and the land is ours nos encontramos ante algo diferente, tal y como reconoció la crítica musical que, como siempre, se dividió en dos bandos: el de los denostadores y el de los fieles. Sin embargo, aunque los primeros siguieron descargando todos sus truenos sobre los mitos y leyendas de la banda (a ver: alcohólicos, homosexuales, drogadictos, vegetarianos compulsivos, fascistas, necrófilos, bocazas… ¿se me olvida alguno?), el bando de los incondicionales no acabaron de asumir la novedad, probablemente porque el bacalao de la fe ciega tenía mucho que ver con la fe ciega a la figura de Morrissey y, también, porque si te derrites con una canción como This charming man es probable que quieras repetir esa misma sensación en otras mil canciones como esas, algo que Marr podían hacer sin casi despeinarse… salvo que esté hasta las narices de eso.

Eso explica que Strangeways… sea el disco del que menos se habla cuando se habla de The Smiths. Y eso explica también que el cuarteto se rompiese en mil pedazos el día que el compositor de la música dijese que le gustaba lo que hacían los New Order o Pet Shop Boys. Obviamente, a esa frase siguieron otras, sobre todo cuando el divorcio se consumó y se destaparon todas las cajas de los truenos. Uno, quejándose de que Steven Patrick era un bigmouth que disfrutaba destripando con su voz canciones concebidas como instrumentales. El otro, asegurando que eso era mentira y que nunca volvería a intentar un arrejuntamiento del grupo. Y la Warner, por su parte, celebrando que a partir de ese momento iba a tener a dos por el contrato de uno.

Justo un año después del adiós, Morrissey se convirtió en su propio mito, poniendo su rostro filtrado en la portada de su Viva Hate y saliendo medio desnudo en la contra. Su enemigo número uno de entonces, aparte de la Thatcher, empezó a participar en discos ajenos y a enrollarse con Bernard Summer y Neil Tennant para formar Electronic. Andy Rourke anduvo de pinchadiscos y grabó algo con la O'Connor y Joyce se metió en la reorganización de los Buzzcocks. Y la Rough Trade se ha seguido forrando con ellos, desde su Rank póstumo (directo de la gira de Bigmouth strikes again, con la inestimable aportación de ese chico que se parece tanto a Moon, Mr. Vini Reilly) hasta la larga lista de recopilatorios que ha venido sacando cada cierto tiempo. Desde 1987 hasta que vimos al mozzer en Benicassim ha llovido tela.

Por Manolo Lay

Video de Stop me...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este vídeo (que ya había visto muchas veces) es MARAVILLOSO y dice mucho del ego de Morrisey. Sin embargo, no puede una dejar de adorarlo.